Es deprimente, ya no hay ciudadanos, sólo zombis. Los estudiantes se emborrachan de idiomas para emigrar, los desempleados se flagelan por falta de preparación, los empleados callan por miedo a perder el trabajo y los jubilados se afanan en llenar la nevera a hijos y nietos. Todos están aprendiendo a vivir aislados en su pena y con el pánico en el cuerpo. Nadie se atreve a protestar por si esto empeora aún más. Somos un ejército derrotado, sin mando y sin rumbo, nos han robado hasta el futuro. Aceptamos todos los cuentos sobre la crisis. Algunos ciudadanos han enfermado del síndrome de Estocolmo y aclaman los recortes como “palabra de Dios”.
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